jueves, 24 de mayo de 2012

De nuevo



De nuevo






De nuevo el escritorio parece tan lejano cuando se escribe desde tan abajo.
Con la cama a la espalda...Tan vacía, tan grande y fría cuando le faltas tanto tiempo...
Y el cigarrillo cargado de caladas de mierda para olvidar lo que más recuerdo.
Con la pantalla clavada en los iris buscando las pocas palabras que van quedando.
Buscando desesperado plasmarlas antes de quedarme mudo...

De nuevo silencio cuando la pista de audio para y, entre letras y lágrimas, voy buscando la siguiente.
Sea cual sea, pero que suene a ti, que me recuerde a ti, que huela a ti...
Agarrado un momento a la cola del tiempo, avanzando borracho y sin cuerda, al vacío.
Con los parpados cosidos a frases, y el corazón naufragando en el pecho,
buscando salir para encontrarse contigo...

De nuevo en fotos que no existieron, en videos que nunca tuvimos juntos, en lugares en los que nunca estuvimos.
Y el humo baila con mis dedos mientras buscan letras para ir a compás.
Con un ritmo entre ceja y ceja, con el ceño fruncido, con ganas de poco más que de que se rompa la correa del reloj.
Con ganas de volver la manecilla de las horas con violencia, con nostalgias por minutos.

De nuevo no pasa nada.
De nuevo la ambición dormida y la fe cegada, con la lluvia a la expectativa de nuevos tiempos, estancada entre bombones y flores.
De nuevo el cenicero relleno y la mente oprimida en renglones, con las venas a reventar de tensar el vacío que lo llena todo. Con el aire denso impregnando las ideas.
De nuevo en las sombras, de nuevo la luz del mechero y una vela.
De nuevo en letras y de nuevo en ceniza.
De nuevo cosechando cartas para nadie, tratando de llenar los silencios entre pista y pista de audio.
De nuevo quedándome sin palabras para poder ser mudo.
De nuevo a solas...
De nuevo solo.

martes, 22 de mayo de 2012

Soñar contigo




Soñar contigo





He soñado mucho y recuerdo más bien poco.
Sé que he soñado ser guerrero en muchos sitios,
y sé que he soñado tener muchos poderes;
Ser inmortal, indestructible, volar y muchos más.
He soñado por el mar y por el aire,
por el espacio y bajo tierra.
He soñado ser enorme y diminuto.
He soñado y he tenido pesadillas, pero en total,
recuerdo más bien poco.
He soñado dormido y he soñado despierto.
He soñado que sueño, y he soñado que duermo.
He soñado miles, millones de cosas, que apenas recuerdo.
He soñado que me sueñas, y que sueño con soñar otro lugar.
He soñado contigo, con vosotros.
He soñado volar,
y caer.
Sé que he soñado alegrías, penas y, cosas terribles a las que llamar pesadillas.
Sé que he soñado reír con lágrimas, y respirar con branquias,
quemar poblados y contar monedas,
curar problemas y solucionar penas.
He soñado morir y resucitar, he soñado ser un héroe y un villano,
pero he soñado contigo a mi lado.
Te he soñado despierto y te he soñado dormido,
nos he soñado vestidos y nos he soñado desnudos,
he soñado en el cielo y he dormido en el infierno.
Te he soñado de cerca y nos he soñado de lejos.
He soñado contigo, con nosotros, y con todos los que no puedo recordar.
He soñado a tu vera y he soñado mirando,
de eso si que me acuerdo.
He soñado que caigo y que remonto de nuevo,
he soñado contigo y no lo olvido,
pero he soñado tanto que apenas recuerdo.
He soñado dormido y sigo soñando despierto.

domingo, 20 de mayo de 2012

La sombra de José




La sombra de José


(Imagen cortesía de Pablo Montero)



Amanece…
Cada día, un rayo de sol ilumina a una persona.
Camina, respira y vive tan sólo por esperar cada uno de los rayos que el astro rey le brinda.
Avanza, y un haz de luz camina a su lado, muestra su sendero y guía sus pies. Es como el foco de un teatro clavado sobre él.
La figura mira con sus ojos azules e inmensos como el mar. Mira arriba, muy arriba, muy alto, imaginando que sus alas tienen plumas, que no son sólo hueso y cartílago. En su mente, Ícaro… En sus sueños, Prometeo. Imagina llegar al sol, sueña con tocar esa esfera incandescente con sus cansadas manos desnudas. Sentir, sólo sentir que en el cielo tiene un sitio.
La figura y Horus son amigos, ha soñado tantas veces con los dioses que quizás para él existan.
Rayo a rayo, haz tras haz, el sol avanza y la figura de alas rotas y ojos azules como el mar le sigue. Pasa el tiempo y no llega la noche. La calidez es ahora calor, y la figura camina aun más cansada, arrastrando sus brazos y con la boca reseca. Crece y cae su cabello, nacen sus canas y arrugas, sus ojos se cansan y su voz se quiebra.
Navegan sus pies por lodo, arrastrándose lentamente, mientras se hunden poco a poco inevitablemente.
Su blanca piel se quema, quizás hace tiempo brilló tanto como la nieve, tanto como las nubes, como un espejo… Y un día su piel se seca, se quema, se gasta y se cae.
La figura cesa su paso y, tras haber mirado al cielo siempre, posa por primera vez sus tristes ojos de zafiro en el suelo, cerca de sus pies. No los ve, ni ve sus piernas, ni la cadera, ni las manos… Sólo ve oscuridad, tinieblas, ve algo que nunca antes había visto, algo que le sorprende, ve su sombra.
Cae la tarde…
El sol quema, el aire ahoga. No existe el agua, sólo la sed. No existe el descanso, sólo el cansancio. No existe la luz, sólo las sombras. No existe el bien, ni el mal, el amor ni el odio… Sólo un desierto… Un enorme desierto plano, como una llanura de marfil, un lago de sal. Hace tiempo, un mar de lágrimas ocupó este lugar, pero se secó y sólo dejó sal hirviendo. La figura sangra y cauteriza sus heridas con cada paso que da sobre este lago de sal.
El día se acerca a su final y la figura mira una última vez al cielo, como a través de un marco. Ve algo hermoso, algo lejano, algo imposible, algo que tal vez esta misma mañana o tal vez hace miles de años trató de alcanzar. Pero la figura está cansada, y sus brazos, que tratan de alcanzar el cielo, de nuevo caen pesadamente a los lados de su cuerpo. Su cabeza erguida con últimas fuerzas pronto desiste y pausadamente se inclina hacia el suelo. Ve sus alas caídas y quebradas en el suelo, sus piernas renqueantes curvándose irremisiblemente, su sonrisa perdida, sus ojos hundidos… Por último, su mirada se apaga. Pronto deja de sentir, de sufrir. Ya no le quema el sol, ni añora el cielo. Sólo su sombra se mueve ya, sólo esta avanza a medida que el sol se mueve. Se alarga y se extiende aplastada contra el suelo. El sol mira al horizonte y la sombra cobra sus últimas fuerzas soñando que es persona, soñando que vuela siendo persona. El sol se oculta… La sombra, inmóvil ya, desaparece en la oscuridad…
Por fin, anochece…

martes, 15 de mayo de 2012

El héroe caído



El héroe caído





Me gustaría ser un héroe, de esos a los que les brilla el espíritu mucho más que la armadura; de esos hombres y mujeres rectos que un día levantaron su puño o lo bajaron por alguien que no eran ellos mismos; de aquellos a los que la palabra «honor» les suena a algo más que a viejo y a recuerdo;  esos que conocen el odio, la ira, la pena, la desolación, esos,  que lo han vivido y han pasado por encima de ellos; aquellos cuyas vidas rige el amor, pero no la pasión: la nobleza es su estandarte, la lealtad su aliada, la compasión su mayor fuerza; aquellos que saben que tan sólo la sinceridad vive para siempre, que las mentiras tienen un horrible final. Sólo ellos  tienen el coraje de vivir su vida sin perjudicar a los demás, de vivir su vida para consagrarla a aquello que aman y dedicarse en cuerpo y alma.
Si fuera algún día un héroe conocería a hermosas princesas que me robarían el corazón, con las que compartiría el más dulce y noble romance pero que nunca llegaría a término porque toda princesa tiene su príncipe, y un héroe no es noble, no al menos en ese sentido. Las princesas serían seguramente su vida, ellas lo amarían quizás, pero él las ama seguro. Las añora a menudo, clama y aúlla a las estrellas por ellas pero suele hacerlo en soledad, pues a un héroe no le gusta cargar nunca o casi nunca con sus penas a los demás. El héroe consagra su vida a las princesas sólo por simple amor y, aunque quizás sea algo incoherente, un héroe no se guía por eso, y eso mismo hace que sea lo que yo un día quiero llegar a ser.
El héroe se encontrará también con numerosos peligros. Quizás se enfrente a numerosos ejércitos de trasgos, trolls y orcos que le hagan tambalearse, pero la ventaja de ser un héroe es que sabes que no morirás hasta que el destino lo decida. Así que, sin duda, lo superará sin problemas. Los héroes también cazan dragones: los rojos son los más terribles. Alguna vez algún sabio se ha preguntado por qué un dragón escupe fuego de tal manera:
–«[Voz de viejo sabio] ¿Por qué… Un dragón… En especial los rojos… Quema un poblado entero?
Otro sabio le respondió:
–[Voz de otro viejo sabio] Por el azufre… Por su gran tamaño… Por que vuela… Para alimentarse…
Esta respuesta no pareció convencer a ninguno de los dos sabios del todo y preguntaron a un bobo que pasaba por la calle que, sin pensarlo, dio con la respuesta que lo aclaraba todo:
–[Voz de bobo] Lo hace porque puede. Yo no puedo.
Un héroe debe enfrentarse a aquellos que hacen el mal, sean trolls, trasgos, hadas, humanos o dragones rojos o grises.
A veces, un héroe se enfrenta a la honda pena de que sus hazañas no sean reconocidas. Otras veces, incluso peor: sean mal interpretadas y consideradas un problema o algo peor. Un héroe en ese caso sería capaz de superar lo que le rodea y enfrentarse a ello de modo noble (no me refiero a noble de linaje), es decir, rehacerlas y tratar de arreglar el problema o excusándose y siendo de la mejor ayuda posible, sintiendo un hondo arrepentimiento que consuela con su nueva entrega y sapiencia de que todo lo realizado era recto, justo y honrado. Esa seguridad, esa firmeza, esa constancia y entrega, eso,  hace que yo quiera ser un héroe.
El camino de un héroe es solitario, pues no suelen contar con muchos amigos. Quizás durante un corto periodo sí, ya  que son afables y generosos, pero los amigos duraderos en sus casos son escasos. El tiempo pasa, ellos se mueven mucho, lo necesitan para ver que todo está bien y pueden ayudar a ello, pero el tiempo y el espacio distancia a la gente, y poco a poco se van quedando más solos. No es raro aquel caballero que, tras guerras, tras salvar castillos y poblados, no ha tenido ya familia, amigos o un hogar al que volver. Es triste, pero un héroe lo sabe desde el día que decide serlo y eso le engrandece aún más. Un héroe es orgulloso y eso le hace fuerte, pero nunca prepotente o engreído. Este orgullo le hace seguir su camino por muy solo que se halle, por muy arduo o tonto que sea, por muy largo o por muy oscuro que esté. Quizás l sean demasiado testarudos, pero eso les hace decididos. El camino de todo héroe tiene un final, un amargo final, y ellos lo saben. Cuando uno se hace héroe, se lo explican y firma un contrato, y un día, el destino la muerte y la gloria vienen a cobrarlo. El héroe ese día saca sus mejores galas, las rasga durante la batalla para mostrar los años que han pasado por sus manos, canas y músculos. El héroe ese día también escoge sus mejores palabras y su mejor pose, a la vez que a su más odiado adversario para hacerlo todo más pomposo. Aunque existen héroes más recatados, este es el modelo básico.
Por último un héroe obtiene su recompensa, más allá de la vida y de la muerte, obtiene su recuerdo, obtiene una huella que marca y se queda para siempre en la memoria de todos aquellos que quieren escuchar su leyenda, como yo. Yo quiero ser como él y tener una leyenda como la suya: la leyenda de un héroe caído.

domingo, 13 de mayo de 2012

Es más fácil



Es más fácil





Y es que es mucho más fácil sufrir,
cuando uno está dispuesto a hacerlo...
Y reír,
y amar,
y ser feliz,
y ¡qué coño!
Hasta comer, hablar y caminar es más fácil,
cuando uno está dispuesto a hacerlo.
Es más fácil...
Y estar, o no...
Y ser, o no...
Y sufrir o no, y reír o no...
Es más fácil ser,
cuando uno,
está dispuesto a serlo.

martes, 8 de mayo de 2012

Capítulo 2. Destino incierto







Capítulo 2. Destino incierto

«¡Qué suerte!», pensó Ramón. Llevaba casi un día esperando en una pequeña estación cerca de Lleida a que pasase un tren, y en más de una ocasión llegó a pensar que nunca ocurriría. Sin embargo, cuando casi se había quedado dormido por segunda vez en un duro banco de metal gastado y húmedo, un silbato a lo lejos le había devuelto del sueño. En las tinieblas de su propia ensoñación y de manera torpe y cansada se había arrojado dentro de ese tren, que sorprendentemente estaba vacío, y, tras renquear un poco, se había dejado caer sobre el primer asiento que encontró. «Sin duda una gran suerte», volvió a pensar Ramón mientras sus ojos se cerraban poco a poco en un profundo sueño.
Un nuevo silbato lo despertó. Con un leve sobresalto, el agudo silbido le arrancó de sus sueños anunciándole que se acercaba a algún destino. Debía de haber dormido muchas horas porque, excluyendo el eterno dolor de su rodilla izquierda, se había levantado completamente descansado y seco. El silbato volvió a sonar una vez más. Ramón se puso en pie lentamente con un especial cuidado en su tullida pierna. Esta llevaba dañada desde hacía unos cuantos años, quizá dos, desde que en un bombardeo a su ciudad natal, Zaragoza, un cascote de lo que antes era su casa había golpeado violentamente la parte frontal de su rodilla, fracturándole el menisco. Zaragoza, su ciudad natal. Ramón sabía que este tren no se dirigía hacia allá, aunque quizá en la nueva estación pudiera coger un trasbordo que le llevase a casa. Sonó un tercer silbido algo más largo y el tren comenzó a pararse. Ramón buscó casi de manera instintiva su maleta en el asiento en el que estaba sentado, pero pronto recordó que la había perdido en una estampida de personas en la estación de trenes de França en Barcelona. El tren se detuvo lentamente, emitiendo numerosos crujidos y rechinos de las ruedas y maderas de la antigua máquina y los raíles de la vetusta vía. Ramón se enderezó por completo tratando de aparentar una entereza que no poseía. Se atusó la gabardina de cuero que cubría por completo su cuerpo y se caló hasta la nariz el sombrero de piel marrón que coronaba su cabeza. Cuando el tren paró por completo, Ramón ya se encontraba frente a la puerta de salida de su vagón. Pronto la abrió con una cierta ilusión y, algo asfixiado por el largo viaje, salió al exterior recibiendo un fresco golpe de viento en la cara que llenó sus fosas nasales y casi le quita el sombrero de la cabeza. Rápidamente lo agarró con la mano derecha y comenzó a inspeccionar la nueva estación con un cuidadoso vistazo. Nada le llamó la atención a simple vista, excepto una garita situada en la parte central de una pasarela. La caseta tenía un pequeño ventanuco cubierto con una tela de color marrón y, teniendo en cuenta las últimos lugares que él había visto, este estaba realmente bien cuidado. Incluso una maleta parecía asomar por la portezuela de la garita. Ramón comenzó a dirigirse hacia allí buscando a alguien a quién preguntarle por la situación de la guerra cuando, de repente, el tren comenzó a andar alejándose lentamente hacia el norte. Ramón se dio la vuelta alertado. Rápidamente se dio cuenta de que en este lugar, por lo pequeño de la parada y lo vacío del sitio, pocos trenes debían pasar. Comenzó a cojear tras el tren en una frenética, breve y poco efectiva persecución. El tren iba despacio, pero Ramón, con su cojera, corría aún menos. Algo asustado ante su situación comenzó a gritar a plena voz:
—¡Alto! ¡Detengan el tren! ¡Det…!
Ramón interrumpió su persecución bruscamente tropezando con uno de los raíles de la vía y cayendo bruscamente de rodillas al suelo. El tren se había marchado y, fuera donde fuese que se encontraba ahora, sin duda tendría que esperar al menos un día o dos más para volver a tomar un tren hacia algún otro destino.

lunes, 7 de mayo de 2012

DESTINO INCIERTO. Capítulo 1. Quietos como estatuas




Destino Incierto





Capítulo 1. Quietos como estatuas

Quietos como estatuas. Eso fue lo último que les dijo mamá antes de marcharse a buscar algo de ayuda. Hacía frío, mucho frío. Daba igual la cantidad de ropa que llevasen encima, el frío era terrible. Se calaba en los huesos hasta lo más hondo de su cuerpo, helándoles por completo el sentido y la vitalidad. Estaban apagados. Cristina, pequeña, triste y lánguida, miraba al horizonte por donde hacía algún tiempo que había pasado un tren viejo de carbón dejando tras de sí su negra estela de humo. Su tez se había vuelto blanquecina poco a poco, casi sin que ella misma se diese cuenta, y su suave piel apenas había visto la luz del sol en los últimos meses. La guerra hacía a las personas más caseras no por amor al hogar, sino por el miedo a las bombas. El miedo. El miedo había causado también parte de la blancura que adornaba el rostro de la pequeña. El terror dominaba a las personas en estos días y Cristina no era una excepción, ni mucho menos. De naturaleza asustadiza y complexión débil, la falta de alimento, el estrés continuado y el desasosiego le habían empujado a un estado enfermizo y lamentable que apenas le permitía tener fuerzas para mantenerse en pie por sí misma. Cubierta de un pequeño vestido celeste y arropada por una gabardina de color marrón oscuro con capucha, en la pequeña Cristina no existía ningún tipo de brillo, exceptuando, quizás, el apagado dorado de su cabello. Sin embargo, lo más triste de la situación de la niña era, sin duda, la luz de sus ojos: se había apagado. Antes era una pequeña señorita de ojos verdes, vivos y brillantes, pero se habían apagado. La luz se había extinguido de manera paulatina a medida que la guerra y los acontecimientos seguían su curso. Ahora, ese verde era oscuro y profundo, como un pantano en plena noche, como una selva vista desde el interior. Esos ojos eran opacos y tristes, aunque tremendamente hermosos. Esta belleza, oscura y apagada, era sin duda algo inquietante. Su actitud era, a su vez, pausada y  carente de intención, casi automática y desprovista de vida. Se podría asemejar Cristina a una delicada muñeca de porcelana, triste, serena y fría. Era una figura fantasmagórica, tan sólo un fuerte temblor en sus manos y un continuo castañeo en sus dientes indicaban vida en la enjuta niña.
A su lado se hallaba su hermano Carles. Carles era, en gran medida, la contrapartida de su hermana. Sus ojos grandes y vivos eran también de un color verde esmeralda que relucía como el sol. Su rostro, blanco como la cal, brillaba con luz propia, como si sus ojos se reflejasen en él. Una pequeña sonrisa pícara asomaba desde la comisura de sus labios de manera continua, como insinuando que siempre supo lo que estaría por venir. Sobre su pálido rostro, dos pequeños soles apagados de color rosado adornaban sus mejillas, denotando un cierto calor en sus venas. En su mentón, un pequeño «culito», como lo llamaba mamá, adornaba la parte más meridional de su cara. Sobre sus ojos, un cabello rubio y brillante como el oro coronaba la preciosa cara de Carles. Tenía el  pelo un poco desmelenado. Él nunca se peinaba y hacía ya bastante tiempo que mamá no se acordaba de acicalar a su hijo.
Carles vestía otra gabardina larga de color tierra, sin duda también para cubrirse del frío invierno. Bajo ésta, un sencillo y pequeñito traje de color gris, algo raído por el continuo uso. El niño apenas tiritaba por el frío y su sonrisa parecía cincelada en su rostro, ya que nunca desaparecía. Por esto, sin duda, Carles y su hermana Cristina, a pesar de ser parecidos como dos gotas de agua, transmitían la sensación de hallarse en dos mundos completamente distintos, y eso les hacía parecer, en vez de hermanos iguales, seres opuestos.
Quietos como estatuas, quietos, a excepción de por el continuo temblor y el vaho que salía de sus bocas, se hallaban solos, completamente solos en la parada de tren.
La parada estaba situada al aire libre, rodeada por una enorme llanura que se extendía a lo lejos en la que todo era gris y marrón, en mitad de la nada. No había ningún tipo de vegetación, al menos no de un color verde vida. El invierno estaba siendo duro, muy duro. Era bastante difícil que nada pudiese crecer en ese suelo, pues hacía poco tiempo que había estado cubierto de hielo y nieve. El cielo gris acompañaba al triste paisaje transmitiendo una sensación de soledad y vacío. La parada del tren era relativamente acogedora en comparación con el paisaje. Era de madera casi por completo, de una madera húmeda y vieja que parecía resentida por el mal clima. De pequeña envergadura, de unos doce metros de largo por unos tres de ancho, era relativamente alta. Más o menos a medio metro del suelo se levantaba la pasarela principal. Esta pasarela era casi toda la estación. A la entrada tenía unos pequeños escalones que permitían el sencillo acceso y aunque, en teoría facilitaban el ascenso a la estación, el hecho de que un par de ellos estuviesen carcomidos y rotos complicaba bastante las cosas, al menos para los niños. Más adelante había una pequeña garita. Era estrecha y estaba bastante mal cuidada. Sus paredes de madera estaban plagadas de agujeros y rotos, y la estructura emanaba un aire de inestabilidad. En el lateral más cercano a las vías había un pequeño ventanuco que, seguramente, tenía alguna función referente a los billetes de los pasajeros. Esta casucha pequeña y casi desmantelada había servido a los niños para pasar varias de las noches que llevaban allí. Mamá les enseñó a cobijarse en el interior, abrazados, tapando con las gabardinas la mayoría de los huecos, para así evitar el duro frío de la noche de la mejor manera posible. Poco más había en la estación, a excepción de los niños y un banco al fondo, donde pasaban la mayor parte del tiempo junto a un montón de maletas que su madre les había dejado. El banco, de madera también, se hallaba algo mejor que el resto de la estación, debido principalmente a un pequeño techadillo de madera que lo cubría resguardándolo en parte de la nieve y la lluvia. Por último, un reloj de gran tamaño de metal coronaba el techadillo. Estaba oxidado y cubierto de barro pero, aún así, funcionaba de manera milimétrica y cada veinte minutos emitía un continuado y fuerte ruido de despertador. Avisaba de la llegada de un tren, cosa que sin duda nunca ocurría porque en tiempos tan aciagos difícilmente un tren circularía por esas vías. Pronto serían las dos menos veinte y el reloj volvería a sonar anunciando la llegada de ese tren que, como siempre, sería fantasma.
En ese momento, apenas a un minuto del sonido del reloj, el rostro de Cristina cambió su semblante y recuperó algo de luz en sus apagados ojos. Se puso en pie casi con un salto, como si alguien le hubiese azuzado con un hierro candente, miró a su hermano, le cogió la mano y dijo con un leve susurro que parecía cargado de felicidad:
—Hermano, esta vez vendrá un tren… Sí, esta vez vendrá.
Su hermano la miró a los ojos sin perder en ningún momento su perpetua sonrisa, asintió con la cabeza y poco a poco se le fue acercando hasta abrazarla. En ese momento, una campana fuerte y continuada, de estridente y molesto ruido, comenzó a sonar procedente del reloj de la estación. 

domingo, 6 de mayo de 2012

Octavo




Octavo







Encajado en la mente un poema como estandarte.
Los labios cargados.
Los ojos cerrados.
Y un recuerdo encuadrando un instante.

Observando distante,
embriagado en pecados,
Hechizado en tus manos.
La mirada perdida, y el paso adelante.

Tropezando torpe.
Caminando tozudo,
con la esperanza al galope

Con el paso dormido,
volando inseguro,
sin sentirme maduro.

sábado, 5 de mayo de 2012

SUFRE



SUFRE



Ideas funestas oscilan por mi negra superficie. Muerte, poder…
Magia fluye por los poros del tejido telúrico…
Sangre que mana por unas venas secas y marchitas… ¡SUFRE!
Son las dos menos veinte, aún nos queda tiempo. Ahora nos queda tiempo.
Sonido, ruido, todo es una tiniebla alrededor de alguien que palpita con cada estertor de un ritmo infinito que no lo abandona.
Morid, morid todos, sin excepción. ¡Morid!
Dejemos de respirar al unísono, escuchemos los estertores de una muerte que vive a nuestro lado.
Vida. Que pase y se marchite y así me deje en paz de una vez por todas.
Debéis desaparecer, queridos fantasmas. Debéis evaporaros y dejarme solo, en este momento no puedo atenderos.
Un timbre, el tono de un teléfono es el tambaleo de un débil corazón cansado de latir a destiempo.
Música, bailes, silencios, una armonía sempiterna que late junto a mí.
Alaridos, cadenas, ¡arráncamelo de dentro! ¡Sácalo! Gemidos, más gemidos, borbotones de ruidos entrechocan, golpean, ¡desgarran!
Morid, morid todos sin excepción. ¡Morid!
Dejad de inhalar mi precioso aire, el oxigeno oxidado, infecto, desgastado, cansado de cada cuerpo putrefacto que baila en este caos que es sobrevivir. ¡Sufre!
Desángrate, destrípate, desanímate, desiste… Ríndete, ¡eres escoria! ¡Eres una mierda! Un despojo, un desecho, una fosa séptica en la que se aglomeran y apelmazan todos los desechos de la sociedad que te rodea. ¡Desaparece!
Lágrimas de sangre corren por las mejillas de todo aquel que mira. Sufren, se regodean en su pena como cerdos entre el barro, acuden a él como moscas a la mierda. Son lágrimas saladas, no existe lo dulce; sólo existe el olvido, la desesperación. Es triste vivir, es triste soñar, es triste follar, es triste restregarse entre estiércol. ¡Son tristes! ¡Sois cerdos! ¡Dejad de bailar! ¡Dejadlo! ¡Dejadlo, por favor! No quiero seguir oyendo sus pezuñas, no quiero seguir oliéndolos.
Morid, morid todos sin excepción. ¡Morid!
¡Me dais asco! ¡Me das asco! ¡Me doy asco! Y esa es mi felicidad, la felicidad de un infeliz, un pobre infeliz, un pobre, uno. ¡Infeliz! ¡Sufre! ¡Sufre lo indecible, sufre para siempre, sufre hasta el infinito! ¡Sufre, cerdo de mierda! ¡Sufre, saco de mierda! ¡Púdrete!
Sombras de mierda… ¡Dejad de rodearme!
Escribo en sangre renglones torcidos en una pared sucia, llena de mierda. Veo tu puta cara tras cada mancha que dibujo.  Estás tan dentro de mí como mi misma mierda. ¡Me doy asco!
Escúpeme, méame, cágate encima de mis muertos y baila sobre su puta tumba. Me da pena mirarte a los ojos, la pena de alguien que sabe que no ve nada, que mira a través de alguien, de alguien lleno de mierda.
Quiero respirar, quiero paz, quiero que mis fosas nasales puedan aspirar todo lo que les rodea hasta no dejar nada sin que la bilis brote hasta mi paladar.
Quiero pasear mi mano por un prado fresco de vida, y no de sangre y orín de la gente.
Quiero una nueva guerra santa que acabe con todo lo bueno que pueda existir, una purga, decenas de genocidios, cientos de crucifixiones, miles de aniquilaciones, millones de cámaras de gas donde descansar hasta que llegue la noche.
Duchas de ácido es mi sueño, la sangre desgarrada, las miradas perdidas, los huesos aguantando a regañadientes los últimos girones de carne.
Miembros amputados, tripas, charcos, mares, ríos y océanos de sangre donde navegan barcas hechas con los huesos y los tendones de todos los animales que comparten NUESTRO suelo. Velas con el cuero de sus tripas, condones de piel, abrigos de entrañas, la última moda en esta puta basura de lugar. ¡Bailad ahora cerdos! ¡Bailad! ¡Os lo ordeno! ¡Bailad sobre los ríos carmesís en vuestras pateras construidas con vidas! Sufrid de noche y de noche. ¿Día? En la oscuridad no existe el día.
Se acerca una tormenta… Viene, se acerca, viene, sufre…
¡Escoria! ¡Mierda! ¡Despojo! ¡Desaparece!
¡Mierda!
Morid, morid todos sin excepción. ¡Morid!
Morid, morid todos sin excepción. ¡Morid!
Morid todos sin excepción. ¡Morid!
¡Morid!

jueves, 3 de mayo de 2012

Verano



Verano




Jodido calor,
jodida y continua flama.
Sí, nos ofreces bellos atardeceres dorados,
refrescos helados
y agradables noches desnudo en la cama.
Pero, a cambio, te cobras nuestra paciencia con tu eterno sol.

Mar fresco,
maravilloso y tranquilo amigo,
no dejes que el marrón Otoño,
tempranero vecino,
y su frío primo, Invierno, nos separen,
pues bañarme en tus aguas quita el jodido de “jodido verano”.

Sol infernal,
solitario y despiadado astro.
Esfera de gas incandescente que brillas
tan insistentemente,
seamos buenos amigos y
cesa en tu empeño un par de horas más al día.

Verano eterno.
Verano caliente y tranquilo,
de mucha paz y poca tranquilidad.
Estación persistente,
sal de nuestras vidas
de pronta manera, así cuanto antes marches, antes desearemos que vuelvas.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Respirar



Respirar





Era tan difícil respirar que dejó de hacerlo.
Pronto, se tornó morado, se le hincharon los ojos, le creció la cabeza y se le desprendió el pelo. Los carrillos se le inflaron y empezó a despegar del suelo.
Cambió de especie.
Flotando, y de color morado, se dio cuenta de que ahora era raro como un extraterrestre y, tras pocas dudas, se dispuso a volar, cambió de planeta y volvió a respirar.

Sonríe



Sonríe




“¡Venga!
¡Vamos!
¡Sonríe!
Es todo cuestión de ponerle un poco de ganas.
Eso es…así…curva un poco más la boca… ¡Hacia arriba, no hacia abajo!...
¡Venga!
Entorna un poco los ojos…Un poco más…No olvides la curvatura de la boca, es importante…
¡Madre mía! ¿¡Qué clase de cara es esa?!...
¡Vamos!
Enseña los dientes, no rujas, eso no…así, como en un anuncio cutre de dentífrico…
Bien, sigue por ese camino, no olvides medio cerrar los ojos, como sospechando…
¡Sonríe!
Quítate las legañas, destapa los ojos, pero mantenlos entornados, verás mejor, más alegre.
Ahora toca hacer algo de ruido, un simple “ji” con los dientes apretados puede servir…
¡Venga!
No olvides los ojos, ni la boca torcida hacia el cielo, ni la dentadura asomada…
Esto cobra color…Imagina que te desternillas hasta que se te caen las lágrimas.
¡Vamos!
Llora, pero llora de risa…Así con los pómulos apretados también y con el “ji” sostenido…
Ves, no es tan difícil, ya parece más una sonrisa que una careta, sólo mantenlo y deja de pensar.
¡Sonríe!
Y ahora que ya le has cogido la técnica al asunto, un último consejo…No lo olvides…
No el consejo, claro, si no la técnica…Te vendrá bien sonreír, perdón, nos vendrá bien sonreír…
Sé que no es tan difícil, pero creo, que lo habíamos olvidado…
¡Venga! ¡Vamos!
Sonríe”.



martes, 1 de mayo de 2012

"Sólo el principio" a la venta








"Sólo el Principio" mi primer libro a la venta en Bubok. Enlace abajo.


http://www.bubok.es/libros/195257/Solo-el-principio


Ser no pesado




Ser no pesado







Ser no pesado, ingrávido, liviano, e incluso volátil.
He tirado la última atadura qué me impedía volar, ahora soy como un globo de helio con un poco más de conciencia, no mucho.
Llevo flotando un tiempo aquí arriba y, la verdad hay buena vista, pero me aburro un rato…
¿Qué estarán haciendo ahí abajo? ¿Otra pelea? ¿Otro conflicto cargado de ocio?
Antes me ha pasado rondando un estornino; me ha mirado, lo he mirado, y en ese momento me he preguntado; “¿Cómo narices sé qué es un estornino?”. Él, el estornino, con cara de pájaro ( es decir cómo suelen ser las caras de pájaro) me ha mirado, creo, con un atisbo de incredulidad, imagino qué se preguntaría de qué especie de rapaz me trataba, pobre, si supiese que de rapaz tengo poco no se hubiera ido tan rápido.
He atravesado como cincuenta nubes, y nada, de blanditas y esponjosas nada. Húmedas y ruidosas como mucho, quizá cuando pase por una de tormenta sea todo mucho más entretenido. Mientras tanto el sol sigue dándome cogotazos en la nuca, pero mejor en la nuca que en los ojos. Cuando uno está flotando el sol pica mucho más, está más cerca. Es cierto que uno está por así decirlo más iluminado, pero también hace más calor y uno ve con tanta claridad que los ojos molestan…Me vendrían bien unas gafas de sol, seguro que abajo, a ras de suelo hay muchas para mí, pero aquí arriba, levitando y viéndolo todo desde tan alto unas gafas de sol por ínfimas que sean parecen tan inalcanzables.
Paso por otra nube…Igual de interesante que las anteriores.
A lo lejos pasa una bandada de “algos”, es decir soy ingrávido, no pesado, pero no soy ornitólogo. Hacen un ruido muy extraño, parece un graznido alargado o algo así, los imito, más fuerte, más…No me hacen ni puto caso. ¡Estúpidos pajarracos!
Otra nube de las narices…
He pasado sobrevolando una ciudad con un parque grande, debe ser por el sur de España o el centro, o incluso en Portugal, ni idea la verdad, las fronteras y la geografía son complicadas de discernir desde aquí rodeado de “alegres nubecillas”, seguro que donde sea que están ahí abajo, beben cerveza y charlan de algo ameno, más ameno que las nubes y flotar.
Vale. Quiero bajar.
Se está haciendo de noche y aquí arriba tan sólo hace un frío que pela. Además, el airecillo que sopla mientras uno avanza pseudo-volando hace que la sensación de congelación que empiezo a tener sea un poco mayor. Ahora sí que echo de menos el sol. Todo el día dando la brasa y cuando hace falta por la noche va y se larga al otro lado del mundo, ¡Nunca estás cuando se te necesita!
Estoy tiritando y se me caen los mocos, pero sigo ingrávido, aquí arriba, aunque esto de estar tan alejado, tan carente de peso y de pies sobre suelo empieza a tocarme las “campanas al vuelo”. Echo de menos al estornino, al menos él sabía donde iba y, aunque no puede, sé que si estuviese aquí me dedicaría unas palabras… ¡Bueno! Hay que mirar el lado positivo; las estrellas y la luna están preciosas desde tan arriba, desde tan cerca, aunque tras cuatro horas mirándolas se hacen un tanto repetitivas.
Definitivamente quiero bajar.
Grito pidiendo ayuda, nada. Soplo para deshincharme y bajar lentamente, nada. Me pongo boca abajo, me giro, doy vueltas, nada de nada. Llamo al estornino con todas mis fuerzas para que venga a picotearme y me haga bajar, nada…
Nubes de noche y, pronto, de día y de nuevo sol en el cogote.
Una de esas nubes parece de tormenta, quizá pueda alcanzarla y bajar como un rayo al suelo. Si flotar es complicado, flotar rápido lo es aún más, pero, aun así, floto rápido hacia la nube. Recuerdo las palabras de ánimo del estornino, las que me hubiera dicho si pudiese hablar claro, las recuerdo y avanzo todo lo rápido qué puedo, es decir, despacio.
Por fin llego a la nube y, tras mojarme un poco y unos cuantos estornudos, por fin un relámpago nace, lo abrazo, y en un destello me estrello contra el suelo todo chamuscado, en un gran pozo, deshinchado por fin.
El viaje sin peso ha sido largo, aburrido y cansado, ahora no necesito flotar de nuevo. Por ahora me quedaré incrustado en el pozo, descansando y levemente quemado. Sin duda, la próxima vez me lo pensaré dos veces antes de soltar todas las ataduras, de librarme de todo el lastre y decidir flotar olvidando el peso y la gravedad. Sin duda, la próxima vez que vuele, volaré a ras de suelo, para que no tenga que atravesar más nubes ni ver las cosas ni tan ínfimas ni desde tan lejos, sin duda, la próxima vez qué vuele sabré hablar “estornino”, sin duda, la próxima vez volaré siendo algo pesado.